Un crimen ecológico

Un crimen ecológico

Fecha de Publicación: 11/03/2008
Fuente: La Voz del Interior


La devastación del patrimonio boscoso de la provincia de Córdoba es un crimen ecológico que hipoteca el futuro de una extensa área de su territorio.
El argentino nace, crece, se reproduce y muere convencido de que las inmensas riquezas naturales de su territorio son inagotables y pasarán intactas de generación en generación, sin importar las prácticas depredatorias a que las sometan. La conciencia conservacionista recién comienza a abrirse paso, gracias a la tenaz labor de organizaciones no gubernamentales.
Se avanzaría más rápido en la contención y eliminación de manejos devastadores del patrimonio natural si contásemos con una política de Estado coherente, cuyos lineamientos y ejecución se mantuviesen siempre vigentes, sin importar los cambios que produce su azarosa vida institucional.
Lamentablemente, no existe tal política de Estado y las escasas disposiciones conservacionistas -que por lo general se adoptan frente a situaciones circunstanciales y suelen ser improvisadas y fugaces- son fácilmente burladas por operadores económicos que siempre encuentran los recursos legales o los procedimientos económicos subterráneos para llevar adelante sus negocios depredatorios.
La inoperancia del Estado -que en buena parte puede ser atribuida a la ignorancia de sus autoridades respecto de la importancia decisiva que asume para el futuro del país la protección de sus ecosistemas- se explica también en buena medida por la inquebrantable certeza de que la riqueza natural es inagotable y puede ser sometida a cuanta destrucción impongan los intereses inmediatos individuales o corporativos.
Un informe elaborado por la Universidad Nacional de Córdoba y difundido por nuestro diario el domingo último es lo suficientemente ilustrativo acerca de la enorme magnitud alcanzada por la destrucción del patrimonio vegetal en la provincia de Córdoba. Expresa al respecto: "Hace menos de 100 años, la provincia de Córdoba tenía tres cuartas partes de su territorio cubiertas de bosques nativos, lo que comúnmente se denomina monte. Para el año 2000, se había perdido el 85 por ciento de esa vegetación natural y el porcentaje se acrecentó hasta la actualidad. El ritmo de avance de la deforestación sobre los bosques restantes fue voraz, a tasas que superan las más graves situaciones mundiales: entre 1969 y 1999, el índice de desmonte en la provincia osciló entre cinco y nueve por ciento anual, según las zonas, mientras que las de Sumatra y las del Amazonas, dos casos de emergencia planetaria en deforestación, eran de tres y de 0,38 por ciento, respectivamente".
Se tendrá una imagen más fácilmente perceptible del crimen ecológico que se ha consumado si se considera que a principios del siglo 20 los bosques nativos (tanto los de sierras como los de llanura) cubrían en Córdoba unos 11 millones de hectáreas, de los cuales se han perdido 9,3 millones. Y nada detiene la fiebre verde producida por el cultivo de la soja, que arrasa con los montes sobrevivientes. Un avance de la agricultura y de la ganadería, racionalmente condicionado por medidas conservacionistas, hubiese permitido desarrollar el importante sector primario de nuestra economía sin necesidad de tolerar, por acción u omisión de los poderes públicos, la aún incontenida devastación. En este sentido, Córdoba padece una de las formas más salvajes del progreso, valga el contrasentido.
El precio de esta barbarie comienza a pagarse, y a una tasa doblemente elevada: la que se impone al presente y la que se pagará en el futuro: el cambio climático ya hipoteca al norte provincial, donde el régimen anual de lluvias, que era de 650 milímetros, sobrepasa ahora los 800 milímetros. "Este ciclo húmedo -advierte un especialista de la UNC- en algún momento va a cesar y las lluvias volverán a sus valores históricos. Cuando eso suceda, lo más probable es que esos campos tengan que abandonarse por ser inviables para la producción de soja y, como fueron desmontados, se transformen en desiertos".
Al describir la desertización de vastas regiones del territorio de América del Norte, que fueron vergeles mientras las poblaron comunidades aborígenes, un historiador estadounidense hizo una perfecta síntesis del crimen ecológico perpetrado en nombre del progreso, síntesis que quizá se aplique también a nuestro territorio: "Los europeos no encontraron desiertos allí: los hicieron".

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