Atucha II: El tamaño del disparate
Atucha II: El tamaño del disparate
Fecha de Publicación: 27/02/2008
Autor del Artículo: Juan Carlos Villalonga, Director Político de Greenpeace Argentina
Greenpeace denuncia que el proyecto del gobierno de finalizar Atucha II es caro, tecnológicamente obsoleto e implica un alto riesgo.
En las actuales conversaciones bilaterales con Brasil aparece una posible “cooperación nuclear” que incluye transferencia de tecnología en materia de uranio enriquecido y apoyos mutuos para la construcción de plantas atómicas. En ese marco vuelve a aparecer Atucha II como eterno pasivo que nadie se atreve a enterrar. Una recurrente idea fija en todas las administraciones nacionales desde 1984 hasta hoy. Desde entonces, cada nuevo gobierno hizo, a su modo, sus propias promesas al tiempo que se disponían nuevos gastos en el sector, otorgándole a Atucha II y al sector nuclear, una condición de actividad “estratégica” de Estado que, sin más argumentos que este, convalida cualquier decisión e inhibe todo tipo de debate.
Como sociedad podemos discutir, y así se lo hace, desde las condiciones de funcionamiento de una refinería de petróleo a una planta de celulosa o la construcción de un gasoducto. Ahora, pretender discutir la racionalidad de continuar con Atucha II supone la difícil tarea de perforar un blindaje conformado por conceptos tales como “proyecto emblemático”, “sensible y de carácter estratégico” y otros similares. Esta asociación de Atucha II con una cuestión de alta sensibilidad en materia política y estratégica ha prendido en la inmensa mayoría de la dirigencia política nacional. Lo nuclear, lamentablemente, sigue generando una dosis de fascinación en la dirigencia política que permite adoptar las decisiones más disparatadas en términos económicos, energéticos y ambientales.
Esta historia arranca casi 30 años atrás. La decisión de construir Atucha II, la tercera planta atómica de la Argentina, fue adoptada durante la dictadura militar en los últimos años de la década del ’70, como parte de un plan de desarrollo atómico que hoy ya no existe. Cuando el Presidente Néstor Kirchner presentó a comienzos de 2004 su plan energético, Greenpeace señaló que debía tenerse en cuenta que la decisión de construir Atucha II fue adoptada dentro de otro marco político, señalando en ese entonces lo “notablemente diferente del contexto energético y tecnológico a más de dos décadas de diferencia”.
Precisamente ese diferente contexto tecnológico es lo que desde la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA) y ahora desde la propia Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN) se ha señalado que el diseño de Atucha II es absolutamente impropio en la era post-Chernobyl, etapa en que la revisión de diseños y mejoramiento de los sistemas de seguridad tuvieron una enorme inversión y desarrollo. Según el artículo, especialistas del sector, admitieron que Atucha II tiene dificultades de diseño en materia de seguridad ya que no asume la experiencia dejada por el accidente de Chernobyl en 1986.
Los contratos para la construcción de Atucha II fueron firmados en mayo de 1980 y ratificados por la Junta Militar en julio de ese año. Las obras comenzaron en marzo de 1981 y alcanzaron casi su estado actual de avance durante los años 1982 y 1983. La decisión de construir Atucha II fue claramente parte de un programa nuclear cuyo objetivo central era político y militarista, no un programa energético. Cuando acaba el gobierno militar, a finales de 1983, comienzan los problemas para continuar esta obra.
La propia decisión tecnológica para Atucha se fundamentó en razones de estrategia de negocios de la dictadura militar, eso motivó la elección de la Siemens KWU para construir un reactor, cuya única experiencia en Alemania había sido un prototipo de 57 MW que funcionó desde 1966 hasta 1984 y en Atucha I. Esa línea tecnológica fue desarrollada por Siemens y utilizada comercialmente por Argentina únicamente.
Para complicar las cosas, Siemens, el diseñador original del proyecto, abandonó el negocio nuclear hace años y ahora no existe un proveedor que pueda hacerse cargo de su finalización. Quienes acordaron con el Gobierno hacerse cargo de ese complejo paquete es la canadiense AECL, que no tiene experiencia alguna en reactores como Atucha II, pero lo hará porque ya negoció la venta de un par de nuevos reactores canadienses al Gobierno Nacional.
Atucha II ha significado un inmenso agujero por el que se han ido miles de millones de dólares, y lo seguirá siendo mientras siga vigente esta anacrónica fascinación por lo nuclear. Las estimaciones de los gastos en la inconclusa obra rondan los 4.000 millones de dólares. Además todos estos años de parálisis han implicado un costoso sistema de mantenimiento que totaliza unos 25 millones de dólares anuales. Si se quiere finalizar la obra, para empezar hay que colocar otros 700 millones de dólares, bastante más de los 430 millones anunciados en el 2004. Y las cifras no pararán de crecer, si sumamos las inversiones en el mantenimiento del ciclo del combustible nuclear (desde minería hasta la gestión de los residuos radiactivos) contabilizar todas esas actividades mostraría el tamaño del disparate económico del que estamos hablando.
Los gastos de Atucha II formaron parte de una serie de desmesuras cometidas dentro del denominado Plan Nuclear Argentino durante la dictadura militar y que produjeron que a fines de 1983 la deuda externa contraída por la CNEA representase el 13% de endeudamiento del país. Concluir el proyecto significa aumentar ese desatino y asumir un temerario riesgo tecnológico al no contar siquiera con los proveedores originales.
El costo de cada kilovatio instalado rondará la cifra de 6.000 dólares, una de las centrales eléctricas más caras del planeta. Si se lo compara con otras opciones convencionales o con iniciativas energéticas renovables y limpias, como la energía eólica, las comparaciones muestran la magnitud del error. También se ha dicho que finalizar la planta es más barato que cerrarla. No es verdad, los costos de cerrar el proyecto fueron sobrestimados por la CNEA para alcanzar una cifra similar a su terminación y así forzar la continuidad de las obras, pero terminar Atucha II sale por lo menos unas 20 veces más que cerrar el proyecto.
Atucha II es un proyecto equivocado, de alto riesgo, caro, tecnológicamente obsoleto, un pesado legado de la dictadura militar. Querer reflotar este proyecto a raíz de la crisis energética es un error, hay modos mucho más eficaces de encarar la crisis y de invertir el dinero del Estado. Es preciso hacer un giro en las inversiones. No podemos seguir subsidiando tecnologías peligrosas y con escaso futuro mientras que las energías renovables no poseen ningún tipo de apoyo. Aún el reciclado de la obra eléctrica y civil de Atucha II para convertirla a gas, hubiera resultado un modo más eficaz y rápido de tener energía de un modo más barato que las plantas térmicas que hoy se están construyendo. Si prevaleciera el criterio de producir energía del modo más eficiente, más limpio y con mayor potencial a futuro, no deberíamos distraer un solo centavo más en la vía nuclear.
Fecha de Publicación: 27/02/2008
Autor del Artículo: Juan Carlos Villalonga, Director Político de Greenpeace Argentina
Greenpeace denuncia que el proyecto del gobierno de finalizar Atucha II es caro, tecnológicamente obsoleto e implica un alto riesgo.
En las actuales conversaciones bilaterales con Brasil aparece una posible “cooperación nuclear” que incluye transferencia de tecnología en materia de uranio enriquecido y apoyos mutuos para la construcción de plantas atómicas. En ese marco vuelve a aparecer Atucha II como eterno pasivo que nadie se atreve a enterrar. Una recurrente idea fija en todas las administraciones nacionales desde 1984 hasta hoy. Desde entonces, cada nuevo gobierno hizo, a su modo, sus propias promesas al tiempo que se disponían nuevos gastos en el sector, otorgándole a Atucha II y al sector nuclear, una condición de actividad “estratégica” de Estado que, sin más argumentos que este, convalida cualquier decisión e inhibe todo tipo de debate.
Como sociedad podemos discutir, y así se lo hace, desde las condiciones de funcionamiento de una refinería de petróleo a una planta de celulosa o la construcción de un gasoducto. Ahora, pretender discutir la racionalidad de continuar con Atucha II supone la difícil tarea de perforar un blindaje conformado por conceptos tales como “proyecto emblemático”, “sensible y de carácter estratégico” y otros similares. Esta asociación de Atucha II con una cuestión de alta sensibilidad en materia política y estratégica ha prendido en la inmensa mayoría de la dirigencia política nacional. Lo nuclear, lamentablemente, sigue generando una dosis de fascinación en la dirigencia política que permite adoptar las decisiones más disparatadas en términos económicos, energéticos y ambientales.
Esta historia arranca casi 30 años atrás. La decisión de construir Atucha II, la tercera planta atómica de la Argentina, fue adoptada durante la dictadura militar en los últimos años de la década del ’70, como parte de un plan de desarrollo atómico que hoy ya no existe. Cuando el Presidente Néstor Kirchner presentó a comienzos de 2004 su plan energético, Greenpeace señaló que debía tenerse en cuenta que la decisión de construir Atucha II fue adoptada dentro de otro marco político, señalando en ese entonces lo “notablemente diferente del contexto energético y tecnológico a más de dos décadas de diferencia”.
Precisamente ese diferente contexto tecnológico es lo que desde la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA) y ahora desde la propia Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN) se ha señalado que el diseño de Atucha II es absolutamente impropio en la era post-Chernobyl, etapa en que la revisión de diseños y mejoramiento de los sistemas de seguridad tuvieron una enorme inversión y desarrollo. Según el artículo, especialistas del sector, admitieron que Atucha II tiene dificultades de diseño en materia de seguridad ya que no asume la experiencia dejada por el accidente de Chernobyl en 1986.
Los contratos para la construcción de Atucha II fueron firmados en mayo de 1980 y ratificados por la Junta Militar en julio de ese año. Las obras comenzaron en marzo de 1981 y alcanzaron casi su estado actual de avance durante los años 1982 y 1983. La decisión de construir Atucha II fue claramente parte de un programa nuclear cuyo objetivo central era político y militarista, no un programa energético. Cuando acaba el gobierno militar, a finales de 1983, comienzan los problemas para continuar esta obra.
La propia decisión tecnológica para Atucha se fundamentó en razones de estrategia de negocios de la dictadura militar, eso motivó la elección de la Siemens KWU para construir un reactor, cuya única experiencia en Alemania había sido un prototipo de 57 MW que funcionó desde 1966 hasta 1984 y en Atucha I. Esa línea tecnológica fue desarrollada por Siemens y utilizada comercialmente por Argentina únicamente.
Para complicar las cosas, Siemens, el diseñador original del proyecto, abandonó el negocio nuclear hace años y ahora no existe un proveedor que pueda hacerse cargo de su finalización. Quienes acordaron con el Gobierno hacerse cargo de ese complejo paquete es la canadiense AECL, que no tiene experiencia alguna en reactores como Atucha II, pero lo hará porque ya negoció la venta de un par de nuevos reactores canadienses al Gobierno Nacional.
Atucha II ha significado un inmenso agujero por el que se han ido miles de millones de dólares, y lo seguirá siendo mientras siga vigente esta anacrónica fascinación por lo nuclear. Las estimaciones de los gastos en la inconclusa obra rondan los 4.000 millones de dólares. Además todos estos años de parálisis han implicado un costoso sistema de mantenimiento que totaliza unos 25 millones de dólares anuales. Si se quiere finalizar la obra, para empezar hay que colocar otros 700 millones de dólares, bastante más de los 430 millones anunciados en el 2004. Y las cifras no pararán de crecer, si sumamos las inversiones en el mantenimiento del ciclo del combustible nuclear (desde minería hasta la gestión de los residuos radiactivos) contabilizar todas esas actividades mostraría el tamaño del disparate económico del que estamos hablando.
Los gastos de Atucha II formaron parte de una serie de desmesuras cometidas dentro del denominado Plan Nuclear Argentino durante la dictadura militar y que produjeron que a fines de 1983 la deuda externa contraída por la CNEA representase el 13% de endeudamiento del país. Concluir el proyecto significa aumentar ese desatino y asumir un temerario riesgo tecnológico al no contar siquiera con los proveedores originales.
El costo de cada kilovatio instalado rondará la cifra de 6.000 dólares, una de las centrales eléctricas más caras del planeta. Si se lo compara con otras opciones convencionales o con iniciativas energéticas renovables y limpias, como la energía eólica, las comparaciones muestran la magnitud del error. También se ha dicho que finalizar la planta es más barato que cerrarla. No es verdad, los costos de cerrar el proyecto fueron sobrestimados por la CNEA para alcanzar una cifra similar a su terminación y así forzar la continuidad de las obras, pero terminar Atucha II sale por lo menos unas 20 veces más que cerrar el proyecto.
Atucha II es un proyecto equivocado, de alto riesgo, caro, tecnológicamente obsoleto, un pesado legado de la dictadura militar. Querer reflotar este proyecto a raíz de la crisis energética es un error, hay modos mucho más eficaces de encarar la crisis y de invertir el dinero del Estado. Es preciso hacer un giro en las inversiones. No podemos seguir subsidiando tecnologías peligrosas y con escaso futuro mientras que las energías renovables no poseen ningún tipo de apoyo. Aún el reciclado de la obra eléctrica y civil de Atucha II para convertirla a gas, hubiera resultado un modo más eficaz y rápido de tener energía de un modo más barato que las plantas térmicas que hoy se están construyendo. Si prevaleciera el criterio de producir energía del modo más eficiente, más limpio y con mayor potencial a futuro, no deberíamos distraer un solo centavo más en la vía nuclear.
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